Reseña: El Quijote (1605), de Miguel de Cervantes Saavedra

¡Hola, mis queridos lectores! En esta ocasión les traigo la reseña de un libro al que espero se animen a darle una oportunidad, si es que no lo han hecho ^^

«Procurad también que leyendo vuestra historia

el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente,

el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención,

el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.»

Palabras dichas al autor por un

amigo suyo en el prólogo de El Quijote.

Imagino que ya saben quién es don Quijote, porque independientemente de si han leído el libro o no, se trata de un personaje que está presente en el bagaje cultural y popular de todos, junto con Sancho Panza, Dulcinea del Toboso y Rocinante. Tampoco es ajeno a nadie el nombre del Quijote, como suele abreviarse el título de la obra y en el que se conjuntan ambas partes, dato que muchas veces pocos conocen, y es que Cervantes publicó una primera y segunda parte con diez años de diferencia entre cada una. El Quijote es un clásico de clásicos, así nos lo han vendido, como la obra maestra de la literatura española y de la novela moderna, y sí, lo es, no se puede ignorar la genialidad de Cervantes, pero esa fama y la insistencia en el colegio de que lo debes leer a la fuerza, más la reverencia y solemnidad que le inculcan a los lectores a la hora de leerlo y la sacralización que se hace del libro por lo que significa para las letras… estos comentarios o bien imponen o repelen.

         Antes de leer el Quijote yo sabía lo que más o menos todo mundo sabe, que era un caballero andante loco, eternamente enamorado de la sin par Dulcinea del Toboso, y que le daba por pelear con los molinos de viento que en su imaginación eran unos gigantes. Para serles sincera, como lo de los molinos era lo único que mencionaba la gente, yo pensaba que don Quijote a cada rato peleaba con ellos, y cuál fue mi sorpresa al enterarme de que eso sólo pasa una vez, en un capitulito, muy al principio de la historia, y ya, adiós molinos. Luego vienen otras aventuras igual de locas en las que don Quijote todo lo ver con el filtro de la ficción caballeresca y cambia unas cosas por otras, ejemplo más sencillo: el de creer que una venta es un castillo –mi aventura favorita, por si les interesa saber, es cuando cree que unos rebaños de ovejas y carneros son ejércitos–, y que son muy divertidas, aunque da pena ver que el pobre don Quijote casi siempre sale apaleado. Pero continuando con mi decepción al ver que no había más molinos me hizo preguntarme si su fama se debe a que muchos de los que leen el Quijote no pasan de ese episodio o si de plano las otras aventuras no son tan memorables como esa para ser dignas de mención.

         Esta es la tercera vez que leo la primera parte, es decir, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, publicada en 1605, y se nota cómo uno siempre descubre cosas diferentes con cada lectura, y como yo soy de esas personas que escriben en sus libros y los subrayan, sé muy bien qué pensaba mi yo que lo leyó por primera vez y me da ternura ver la ingenuidad con que lo hice, a pesar de que tenía en mente hacer una lectura más bien académica, porque después de todo era una tarea de la universidad, pero me siento orgullosa de haber hecho una lectura atenta, en la que me tomé mi tiempo –leía un capítulo al día– y en la que, nuevamente, descubrí lo esencial que es conseguirse una buena edición. Y por si se lo estaban preguntando, sí, sin importar que fuera una lectura obligatoria, lo disfruté bastante.

         La primera parte del Quijote incluye las primeras dos salidas de don Quijote de su hogar, pero hablando más del libro en sí y no tanto de la historia, cabe mencionar que hay un prólogo de Cervantes que no tiene ningún desperdicio y en el que, entre otras cosas, avisa que se trata de una invectiva a los libros de caballerías y en el que se advierte ya lo que el lector encontrará en su interior; también hay una serie de poemas escritos por personajes famosos de los libros de caballerías dedicados a don Quijote y compañía al inicio y al final de la esta primer parte.

Y, bueno, el libro sí tiene muy presentes los libros de caballerías, a final de cuentas era el género favorito del famoso hidalgo y el que lo impulsó a convertirse en don Quijote, pero es necesario mencionar que también están presentes otros géneros literarios, como el pastoril, la picaresca y la bizantina, por ejemplo, y que su presencia tiene mucho peso, y tampoco hay que olvidar las novelas cortas intercaladas que multitud de opiniones han provocado, pero toda esta mezcolanza le agrega mucho sabor a la historia.  

Otro aspecto a destacar es el del narrador y el hecho de cómo es que la historia de don Quijote “llega a manos del lector”. Hay un juego muy interesante en el que Cervantes parece negar su autoridad sobre la historia y los personajes, incluso –siguiendo un tópico literario de lo más común– haciéndole creer al lector que lo que está leyendo es real. Y, pues, en un momento la historia se interrumpe abruptamente, en un excelente ejemplo de cliffhanger, porque el autor la dejó así, incompleta, por lo que el narrador nos avisa que, como buen lector que no se quería quedar con las ganas de saber qué pasó, se dio a la tarea de buscar lo que faltaba, y así fue como se encontró con unos cartapacios con caracteres árabes en los que, tras dar con algún morisco que se los tradujese, se enteró que su contenido era la Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benegeli, historiador arábigo, que tenía la continuación que andaba buscando, hasta con una ilustración incluida. A partir de ese momento se hace hincapié de que Benengeli es el autor, nada más y nada menos que un moro, y en esa época los moros no eran precisamente los más populares de España, además, tenían fama de mentirosos.  

El inicio del Quijote es famosísimo: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”, pero vale la pena repasar aquí más de ese primer párrafo por lo bien que introduce al personaje principal:

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astilla, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. […] Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.»

Este hidalgo aficionado a la lectura, especialmente a la de los libros de caballerías, de tanto leer fue perdiendo el juicio hasta el punto de querer convertirse él mismo en un caballero andante. Así que un buen día rescató del abandono unas viejas armas, fue por su rocín, al que tardó mucho en buscarle un nombre acorde con su nuevo estado, y finalmente él mismo se bautizó como don Quijote de la Mancha. Ah, pero a nuestro buen hidalgo tampoco se le pasó por alto que todo caballero debe tener una dama en el corazón, y algo tan indispensable como eso no podía faltar en él, lo bueno es que hace un tiempo anduvo enamorado de una joven, Aldonza Lorenzo (quien nunca se dio por enterada), y decidió que ella sería la señora por la cual suspirar y a la que dedicarle todos sus futuros triunfos, pero claro, su nombre no estaba a la altura y tuvo que cambiarlo por el de Dulcinea del Toboso. Ahora sí, ya estaba listo para salir a la aventura y revivir el antiguo arte de la caballería andante. En su primera (y breve) salida se arma caballero, mientras que en la segunda se asegura de llevar un escudero consigo, un labrador vecino suyo llamado Sancho Panza, quien nunca pierde la esperanza de alguna vez recibir como pago por sus servicios una ínsula que gobernar.

Para don Quijote los libros de caballería son manuales a seguir, cada situación la acomoda a lo que ha leído y si algo no le sale bien o como esperaba, lo achaca a encantadores que sólo procuran su mal, otra justificación que suele dar es que seguramente esas aventuras no eran para él. El choque entre la imaginación de don Quijote y la realidad, entre él y los demás personajes es genial, o bien las cosas salen mal o le siguen la corriente y todo fluye de manera espontánea y natural, lo cual me encanta. Todo este choque, desde luego, propicia momentos graciosos, pero también esta locura del personaje funciona muy bien para abordar temas importantes como el concepto de justicia o libertad, o para hacer críticas.  

La historia sigue las aventuras de don Quijote y Sancho Panza, sí, pero también hay muchos otros personajes relevantes, como el reverendo y el barbero, y los demás que salen en Sierra Morena –que es mejor que los conozcan por ustedes mismos–, los cuales roban escenario y desplazan el protagonismo de don Quijote a ellos y sus líos. Lo sucedido en Sierra Morena y en una venta de por allí ocupa una buena parte de la trama y debo decir que es de mis partes favoritas.  

Finalmente, la primera parte del Quijote me gusta mucho y la recomiendo ampliamente, se trata de un libro sumamente divertido que te saca unas buenas carcajadas, aunque no puedo negar que una que otra vez me he esmerado en leer algunas situaciones bajo el tipo de lectura que hicieron los románticos, pero no lo he logrado del todo, me gana la risa. Por otra parte, el Quijote fácilmente se puede leer como un libro cualquiera, por entretenimiento, aunque no es fácil obviar que tiene varios niveles de lectura y que requiera un lector activo que entre en el juego que se le está presentando. De todas formas, lo recomiendo mucho, vale la pena darle una oportunidad, que no se dejen intimidar o que lo hagan a un lado por ser un clásico, si les gusta la originalidad, los personajes bien hechos, los libros que hablan de lectores y literatura, y que son divertidos, seguramente esta es una obra que les va a gustar.

Y ya para acabar, unos cuantos consejos: recuerden que el Quijote –énfasis en el artículo– es la obra, don Quijote –énfasis en el “don”– el personaje; consíganse una buena edición, una que no esté abreviada de ser posible, que tenga introducción y notas por si les surge alguna duda contextual o de vocabulario, recomiendo Cátedra o Castalia; sobre el lenguaje, creo que el español del Siglo de Oro es cercano al de ahora, pero sí suele haber algunas palabras que pueden hacer ruido, si es el caso, para eso están los diccionarios; acérquense a la obra sin obligación, que sí, ya sé que les pedí que le den una oportunidad alguna vez, pero prefiero que lo hagan porque les ha llamado la atención y no por obligación alguna sólo porque es “un clásico que hay que leer”.

Sé que me dejé muchas cosas fuera, que probablemente haya dado spoilers –mínimos, eso sí, estoy segura que no dije nada que les pueda arruinar el libro–, pero aún así espero les haya gustado la reseña y que les haya dado curiosidad leer la primera parte del Quijote, mi favorita; la segunda no me gusta tanto, pero ya les contaré por qué cuando haga su respectiva reseña.

FICHA: CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, I, edición de Luis Andrés Murillo, Madrid: Castalia, 2003, pp. 640.

Un abrazo <3