¡Hola,
mis queridos lectores! ¿Cómo están?
Bienvenidos
a otro Jueves de poesía, el día de hoy les traigo un poema que me gustó mucho
^^ Se trata de una entrada un poco más larga de lo normal, así que si llegan
hasta el final no olviden dejarme un comentario manifestando su presencia, ya
saben que me hace muy feliz leerlos :3
Manuel Ponce (1913-1994) sacerdote y poeta
mexicano del siglo XX, pese a que no se tiene mucha información de él y, de que
es muy difícil conseguir sus obras, tiene un lugar destacado en la poesía de
dicho siglo. Ponce
tenía un alma contemplativa que le permitía ser innovador y original a la hora
de escribir, sus poemas expresan un misticismo diferente al que se
observara en otros autores que también le escriben a Dios; él sabía que la
espiritualidad se podía encontrar aquí y no necesariamente en un plano
distante.
Su primer cuaderno poético fue Ciclo de
Vírgenes (1940), en el cual
aparece una espiritualidad que retoma las sensaciones del cuerpo, sus vírgenes no son
etéreas, ni inaccesibles, ni son un recipiente lleno de virtudes, al contrario,
se trata de mujeres de carne y hueso que viven y experimentan cosas.
Ponce retoma la idea de la experiencia del cuerpo para sentir y hablar de Dios,
por eso, aunque las vírgenes caigan en pecado y sean arrastradas por las
vilezas de la humanidad, Dios siempre está presente, no hay duda sobre su
existencia y su omnipotencia, pues Él se encuentra en nosotros y nosotros en
Él.
A
continuación les pongo el poema “Las vírgenes caídas”:
A su primer suspiro,
nadie tendió la mano;
sólo el abismo.
Después mil brazos
corrieron al auxilio,
pero ya entonces
ella no quiso.
Corría ya.
Se deslizaba por el ventisco
glaciar abajo,
lanzada,
pero guardando el equilibrio.
Siempre reflujo abajo,
más aprisa, siempre en vuelo, casi en vilo.
Tú acelerabas, vértigo;
acelerabas tú, racha de siglos.
¡Dios mío!
¿Acelerabas
tú mismo?
Quillas contra el viento
sus mellizos,
cabellera de relámpago asido.
¡Miradla!
La miraban. Un sólo guiño
de los oscuros lobos
le despojó el vestido.
Allá quedó,
jirones, el armiño.
Lo demás,
siguió, se fue en un grito.
No el suyo.
Más no digo.
nadie tendió la mano;
sólo el abismo.
Después mil brazos
corrieron al auxilio,
pero ya entonces
ella no quiso.
Corría ya.
Se deslizaba por el ventisco
glaciar abajo,
lanzada,
pero guardando el equilibrio.
Siempre reflujo abajo,
más aprisa, siempre en vuelo, casi en vilo.
Tú acelerabas, vértigo;
acelerabas tú, racha de siglos.
¡Dios mío!
¿Acelerabas
tú mismo?
Quillas contra el viento
sus mellizos,
cabellera de relámpago asido.
¡Miradla!
La miraban. Un sólo guiño
de los oscuros lobos
le despojó el vestido.
Allá quedó,
jirones, el armiño.
Lo demás,
siguió, se fue en un grito.
No el suyo.
Más no digo.
Son 8 estrofas las que conforman el texto, las primeras tres responden a la narración de los
hechos, es importante la precisión del momento en el cual están ocurriendo
éstos, las últimas dos aluden al daño sufrido por la virgen, el sentido es más
personal. Las estrofas de en medio, en cambio, son muy significativas. La
cuarta cambia de discurso, ya no se refiere a la caída acelerada de la virgen,
sino a la de la humanidad (por ello la reiteración del verbo acelerar) y de la constante presencia
que Dios tiene en ella. La quinta es la más lírica, carece de verbos y remite a
una figura meramente poética. La sexta: ¡Miradla!, un solo verbo, una sola palabra, ancla la actualidad con el
pasado.
En “La caída de las
vírgenes” Manuel Ponce nos habla de una mujer que pide ayuda y nadie corre a su
llamado de auxilio, trayendo como consecuencia que perezca en soledad. No
obstante, eso es en un primer plano, la mujer, como bien dice el título, representa a aquellas
vírgenes que han caído en pecado y que sólo cuando ya ha sido demasiado tarde
han recibido auxilio de la gente que sólo ha observado pasivamente el remolino
de desgracias al que fueron arrastradas. Sin embargo, Dios está presente,
no las abandona, por lo contrario, las acompaña en su caída y permanece con
ellas.
Todos los verbos
están en pasado, excepto dos: “¡Miradla!”(vv.23) y “Más no digo” (vv. 32), los cuales no se refieren a la narración si no que son
expresiones de la voz poética: “¡Miradla!”, es un imperativo, el narrador tras
enervar sus emociones por lo que está contando, sin poder contenerse les ordena
a los espectadores que miren como es ultrajada la virgen, por culpa de su
mutismo e inacción, no sólo los increpa a ellos, también a aquellos que actúan
así, ahora, siempre. “Mas no digo” es el último verso del poema, en el cual se
ve la distancia que trata de poner el narrador ante lo que está relatando, sin
embargo está ahí, es algo que ha pasado y seguirá sucediendo. El pasado
(los hechos) y el presente (la voz poética) coexisten, la línea del tiempo es
continua.
El poema transmite una
sensación de soledad, desasosiego, angustia y resignación. “Las vírgenes caídas” muestra no
sólo la caída de las vírgenes, sino la caída de la humanidad en el pecado y la pasividad de la sociedad ante tal
caída; siempre se actúa cuando ya es demasiado tarde.
Espero les haya
gustado este poema y mi interpretación. ¿Ustedes qué piensan? ¿Qué les dicen
estos versos? Ya saben que sus comentarios siempre son bien recibidos :D
Gracias por leer <3
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