¡Hola
a todos! ¿Pueden creer que ya estemos en abril? ¡El año está volando!
Hace
unos días terminé Los 1001 años de la
lengua española de Antonio Alatorre (del cual espero traerles pronto la
reseña), es de ahí de donde procede la cita que les pongo a continuación y a
partir de la cual desarrollo un largo comentario sobre la muerte de los
personajes. Espero les guste :D
El
testimonio de santa Teresa representa el de miles de lectores: “Era mi madre
aficionada a libros de caballerías…; yo comencé a quedarme en costumbre de
leerlos…; si no tenía libro nuevo, no me parecía tener contento”. (Como ahora
se congregan las familias ante la pantalla de televisión, se congregaban
entonces en la cocina, al amor de la lumbre, para oír la lectura de esos
libros. Es famosa esta escena: llega un caballero a su casa y encuentra mujer,
hijos y criados en la cocina, llorando a lágrima viva; pregunta la causa, y le
contestan: “¡Señor, que Amadís es muerto!”). pág. 208.
En
esta cita notamos tres cosas: 1) desde siempre ha habido apasionados por la
literatura, 2) el acto de leer en voz alta, y 3) la conmoción que causa la
muerte de un personaje al que se ha seguido en sus aventuras. Santa Teresa
vivió en la España del siglo XVI y El
Amadís de Gaula es el más famoso de los libros de caballerías. Una época en
la que la alfabetización no era como ahora, la gente que no sabía leer se
reunía con una persona que sí sabía y disfrutaba oyendo las historias más populares.
Esta tradición de oír viene de la Edad Media, los juglares iban de un lugar a
otro a contar las novedades, las aventuras épicas y los lances de amor, el
público se acercaba a escuchar estas historias y el juglar, atento a las
reacciones de los oyentes, modificaba el relato para mantener a su audiencia
hasta el final.
Con
el auge de la imprenta y la proliferación de la literatura las personas que
sabían leer gozaban de bibliotecas y leían para sí mismos, pero también se daba
el caso de que leyeran en voz alta para otras personas. Actualmente leer es un
acto solitario, pero antes era una actividad colectiva, en El Quijote, por ejemplo, cuando están en la venta, hay allí una maleta
con unos papeles que olvidó un estudiante, todos los que están ahí reunidos se
congregan para escuchar su contenido; en cierto momento, el ventero menciona
que hay alguien que luego viene a leerles. Como curiosidad, cabe mencionar que varias
personas tenían por verdaderas las historias que escuchaban y que pensaban que personajes
como Amadís realmente existieron, aunque hacen la pertinente aclaración de que
fue hace mucho tiempo (en los Cuentos de
la Alhambra, Washington Irving también cuenta que hay quienes creen que don
Quijote existió de verdad).
En
pleno siglo XIX con la novela de folletín a todo lo que da, cuyo público era
principalmente el sector femenino, obras como El conde de Montecristo, Anna
Karenina, Los bandidos del río frío
y un largo etcétera, se publican por entregas, ahora vamos a la librería y
compramos la novela completa, pero en este tipo de publicación el lector tenía
que esperar capítulo a capítulo hasta saber el final. Esto no se ha perdido del
todo, sólo que el lector de hoy va de libro en libro para terminar la saga o
trilogía en cuestión, los lectores van tras el autor diciéndole que cómo es
posible que haya dejado la novela con un final de infarto y con la noticia de
que el siguiente tomo sale dentro de un año (si bien le va y no se trata de
un George R. R. Martin o un Patrick Rothfuss –¡quiero ese tercer libro,
Patrick!-). Pues bien, en esa época los capítulos quedaban en la parte más
interesante y, como muchos saben, muy probablemente el siguiente capítulo
pasara a otro personaje con un último párrafo igual de impactante y hasta mucho
después uno se enteraría de lo que le sucedió a tal y cual. ¡Era una angustia
permanente!
El
lector de la novela de folletín es idéntico al de ahora, seguía la historia
religiosamente y se encariñaba con uno de los personajes o le agarraba odio a
otro. Le expresaban sus comentarios al autor sobre la obra y lo que esperaban
que sucediese o no sucediese en ella, algo muy parecido a lo que los escritores
de ahora leen en su timeline de twitter. La mayoría de las veces, el
escritor, como el juglar en su tiempo, estaba supeditado a su audiencia, veía
qué personajes eran los favoritos, cuáles eran los argumentos que más
enganchaban y los giros que cautivaban a la gente. No es de sorprender que
quienes seguían capítulo a capítulo estas historias lloraran por la muerte de
su personaje favorito, si es que esta acaecía.
Poco
después, a finales del XIX, sir Arthur Conan Doyle le dio al mundo uno de los
personajes más emblemáticos que hay: Sherlock Holmes. Sus aventuras encontraron
un público fiel que gozaba leyendo sus historias y que se sorprendía con su
pericia para resolver casos imposibles para el individuo común. Este personaje
ficticio fue otro Amadís, otro don Quijote, las personas realmente creían que
existía un Sherlock Holmes y que tenía residencia en Baker Street, ¡hasta le mandaban
cartas pidiendo sus servicios! Cuando Conan Doyle decidió matar al personaje,
los lectores no lo recibieron muy bien, ante la demanda popular el autor tuvo
que sacar del mundo de los muertos a Sherlock y devolverle su oficio.
En
pleno siglo XXI el lector devora una novela tras otra, se enamora de los
personajes y desea que estos fueran reales, de hecho, para muchos de nosotros
lo son, ya que forman parte esencial de nuestra vida y eso les insufla la
esencia suficiente para existir, y si no, pues ahí están las adaptaciones, en
las que los actores que encarnan a los personajes pasan a ser en el imaginario
colectivo EL personaje. Para el lector los personajes existen y por eso alza su voz rogando al autor que no los mate o
acusándolo de cruel cuando decide hacerlo. Creo que todos tenemos un cementerio
con todos los personajes que amamos y que debido a que la obra lo requería,
fallecieron.
“Porque
llorar por la muerte de un personaje no es algo nuevo”, este título lo inspiró
la cita inicial con la cual comienza este eterno comentario que más bien se va
por las ramas y que trata de no olvidar que es el dolor que provoca la muerte
de los personajes el tema central. En fin, yo he sufrido la muerte de varios
personajes y, sorprendentemente para muchos,
he deseado la muerte de uno de mis personajes favoritos. Ustedes
díganme, ¿han llorado por la muerte de algún personaje? les pediría que me
contaran cuál, pero lo más probable es que sus declaraciones serían spoilers y sé que a muchos no les
gustan, así que aunque yo no tengo ningún problema con enterarme de quién murió
en x obra, mejor no le arruinamos la noticia a los demás. De todas formas, ¿qué
les pareció la entrada de hoy? Ya saben que sus comentarios siempre me hacen
muy feliz ^^
Gracias
por leer :D
Hola: efectivamente, en algún libro he llorado la muerte de algunos de los personaje sprotagonistas. Creo que me involucro demasiado en la trama y al final sufro cuando los protagonistas lo hacen. Acabo de descubrir tu blog y me gusta mucho la variedad de temas que tratas en relación con los libros. En este momento tengo un blog dedicado a los jóvenes y Educación que te invito a visitarlo: http://cativodixital.blogspot.com.es/ . Si quieres seguimos en contacto. Yo ya me hice seguidora de tu blog.
ResponderEliminarGracias por tus palabras y bienvenida :) Ya te sigo en tu blog, tiene contenido interesante.
Eliminar¡Nos estamos leyendo!
Sí, es hermoso el darte cuenta como desde siempre la literatura ha provocado y causado emociones en las personas. Llorar por un personaje o por el final de un libro o saga es catártico y liberador. Un abrazote
ResponderEliminarExactamente. Y es increíble cuando encuentras a otros lectores que comparten lo que sientes y puedes compartir todo lo que te provocó una obra.
EliminarAbrazos :D